lunes, 15 de septiembre de 2008

AL CUENTISTA PERUANO MÁS ENTRAÑABLE




Termino de leer la última página de un libro y cojo un cigarrillo. Luego escribo un poco. Mientras lo hago, veo el humo salir de mi boca. Y no puedo evitar que de mi pensamiento se adueñe don Julio Ramón Ribeyro. Lo conocí gracias a sus cuentos y fotos. Los profesores solían mencionarlo mucho en clases. Él era un limeño pálido de cuya mano jamás parecían extinguirse los cigarros, así como su fecunda producción literaria.

Considerado como el mejor cuentista peruano, viajó por media Europa, y aún en esas latitudes continúo reflejándose en sus libros el alma peruana, los héroes y antihéroes urbanos, como sus alrededores y temáticas y reflexiones, las cuales barnizaron con precisión las frustraciones y soledades de una clase media que ansía la superación en todos sus aspectos.



La Palabra del Mudo, a la vez que antología de sus cuentos y voz de los que callan sus sufrimientos y ensoñaciones, es peruana por donde se la vea. Entre sus cuentos más célebres tenemos "Los gallinazos sin plumas" y "Silvio en el rosedal". En la palabra del mudo se repite el eterno retorno de la vida y sus sentires. Por ejemplo, en el relato “Tristes querellas en la vieja quinta”, uno de mis favoritos, don Memo y doña Pancha tienen una guerra de insultos puerta a puerta que amenazaba con volverse más larga que la muralla china. E impredeciblemente, llegan a apreciarse el uno al otro. Cuando ella muere, él hereda su loro. Y desde entonces la vuelve a insultar, pero por haberse ido. Por dejarlo solo. Esos saltos del odio al amor, salpicados de risibles, sucesos son lo que conmueve al lector. Tiene varios cuentos con los que uno puede deleitarse todas las tardes o momentos en que lea.



Por otro lado, sus novelas tienen un mérito que es válido mencionar. Si leen “Crónica de San Gabriel” verán cómo un extranjero se interrelaciona con una armoniosa e inarmoniosa convivencia –ambivalencia existencial- dada en un rinconcito de la sierra. Priman la ternura, lo impredecible y lo salvaje en sus líneas. En “Los Geniecillos Dominicales”, novela picaresca de refinado humor, cuenta cómo Ludo y otros personajes se internan desenfrenadamente en la selva de la vida. Se mezclan el alcohol, la lujuria, la amistad, el dolor, el hampa, los desengaños y otros ingredientes para darnos una exquisita novela.



En ambas novelas se manifiesta esa infinita lucha por la vida, por vencer esos avatares incontrolables, por la consolidación de amores y amistades un tanto dudosas, que todos experimentamos. Unas veces creemos conocerlo todo, y luego nos damos con sorpresas que nos dejan con las patas para arriba. Esos jueguitos situacionales son un manjar muy bien amasado por RIBEYRO. Te atrapa en la estructuración de sus hechos, detalles y explicaciones.


Hay un inevitable contraste, real, verificable, entre la realidad narrada por Ribeyro y la realidad nacional. Por eso, ya culminando este artículo, le dedico a don Julio este cigarrillo entre mis dedos y el placer con el que yo he de fumarlo.
(publicado en el Boletín del INC-TACNA)

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