lunes, 15 de septiembre de 2008

ESTIRPE LÍRICA: al trovador Rubén Darío (18/01/1867. Metapa(hoy Ciudad Darío)-- Nicaragua-06/02/1916)




Por: Rogger Avendaño Cárdenas.

En el ilusorio altar de poetas de talla mundial que admiro, el integérrimo canto rubendariano opaca mayúsculamente a muchos renombrados poetas, los cuales también aprisionaron mi admiración, pero en menor medida. Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío.

Sublime poesía que tejes majestuosas noches con tu melífero perfume ancestral, sublime poesía que te reocijas con el infinito oro de las pupilas musas, ¿quién puede engendrarte y arrullarte y cantarte tan diestramente si no es Rubén Darío?

Como un alquimista del verbo, venido de la Tierra de Oz, creó “La Pluma Filosofal” inyectadora de plasticidad y dinamicidad nuevas en las conjugaciones rítmicas y estróficas, sembrando así una elogiada originalidad muy imitada pero nunca igualada. Fue su cómplice el magnético poder de su palabra el que lo elevó a ser considerado principal fundador y representante del Modernismo, término de su autoría.

Su espíritu cosmopolita se nutrió no sólo de la culta Europa donde tanto viajó y dempeñó cargos burocráticos. Además de selectas intelectualidades personales (influencias: Paul Verlaine, por ejemplo), conocimientos geogáficos, filosóficos, históricos y otros de las culturas de Oriente y Occidente, su espíritu cosmopolita reverencia y profana, sobre todo, las mitologías existentes en la faz mundial. Destáquese la Grecolatina.

Es así como sus ingredientes, lo oriental lo occidental, lo humano y lo animal, lo mitológico y lo real, se conjugan en la fragua rubendariana donde de modo prodigioso se entremezclaron para armonizarse y adquirir un fulgor y modulación únicos.

Lo imagino escribiendo, versando… ¡embriagándose y embriagándome de poesía!
Fantaseo cómo el creador y su obra se dieron la mano del primer saludo en el mundo onírico.

Veo al noble pegaso blanco con su penacho amarillo aleteando en el azulado cielo, sacudiéndose y volando ante un Rubén Darío que sentado en una roca lo ve y le sonríe. El pegaso une su sonrisa a la del poeta. A escasos pasos del vate, un límpido lago es escenario del cisne que parece danzar onduladamente en la serena superfice lacustre. Se detiene. Ve al hombre. El cisne con timidez enarca su frágil cuello y observa en el espejismo del agua el reflejo del cielo y del pegaso volando El poeta comienza a escribir. A constuir su mundo. Y más allá, en un jardín cercano, se pueden vislumbrar primaverales flores que con ayuda del viento aromatizan todo el bosque encantado donde sucede el encuentro. El pegaso baja a olfatear las rosas y jazmines extendidos como alfombra en el jardín, luego se vuelve hacia el cisne y al poeta, el cual se les aproxima, primero dubitativamente, y luego los acaricia con la seguridad expresada en las pupilas de sus nuevos amigos. Después escribe la historia y no puede evitar mencinarlos en sus poemas, en sus sueños.



La famosa cópula creador-obra posee vinculaciones físicas y metafísicas que jamás de los jamases podrán desenredarse con plenitud. No basta una lupa y una biblioteca y críticos para comprender al 100% el cosmos subjetivo (o perfil psicológico) de una persona. Hace falta haber convivido con la persona, haber oído sus palabras o visto sus actitudes en vida. Hace falta la observación in situ. Más complicado es todavía el caso de Rubén Darío, quien peregrinó por doquier y conoció gente de distintas culturas. Sin embargo, sabidos son los casos en los cuales el creador suele naufragar en su obra, consumiéndose, marchitándose. Verbigracia: Franz Kafka y César Vallejo. Se legitima en los mencionados un dual lazo secular: No todo es color de rosa. La obra suele gemir, sollozar y padecer las convulsiones e inquietudes del autor. El dolor , entonces, se vuelve una hinchada veta por explorar explotar en el laberíntico mundo de la literarura. Es así cómo, regresando al caso del Poeta Niño, el alcohol lo había atenazado. Años más tarde, la cirrosis cerraría definitivamente sus ojos.

Ahora, conozcamos escogidos fragmentos de su obra en los cuales se detallará poéticamente la inefable calidad del artista. Apreciaremos esa iluminadora mixtura lírica capaz de insinuar las ambivalencias y polisemias que rociarían de perdurabilidad a su obra tantísimo tiempo.

A un poeta
(Rubén Darío. “POESÍA”. Editorial Planeta S.A. 1999. págs 26-27)

“Nada más triste que un titán que llora,
Hombre montaña encadenado a un lirio,
Que gime, fuerte, que pujante, implora,
Víctima propia en su fatal martirio.
(…)
“Bravo soldado con su casco de oro
Lance el dardo que quema y que desgarra:
Que embista rudo como embiste el toro,
Que clave firme, como el león, la garra.
(…)
“Que lo que diga la inspirada boca
Suene en el pueblo con palabra extraña;
Ruido de oleaje al azotar la roca,
Voz de caverna y soplo de montaña.

“Deje Sansón de Dalila el regazo:
Dalila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
Por ser esclavo de unos ojos bellos.”


La primera vez que lecturé ese libro no pude despegarme de él. Hasta llegué a llevarlo a las clases de la universidad – cosa que si algún profesor monologaba y aburría, yo me enfrascaba en leer -. Lo llevaba a la casa del compañero donde íbamos a hacer algún trabajillo grupal para x curso. Iba con el libro a los infaltables domingos en los cuales visitaba a mi madre. Nos soy un aspirante a ocupar un sitial en manicomios, pero he de reconocer el excesivo cuidado con el cual trataba a ese libro, de gruesa tapa negra con brillosas letras doradas (decía: “Rubén Darío. Poesía”, y más abajo “Biblioteca de Oro). Hasta hoy me aprisiona un intenso idilio literario con esa monumental obra.

El maestro Darío, especialista en poesía, así como el argentinísimo Maradona en el fútbol, es un 10 en poesía, y anota goles en cada verso nimbado por su estirpe lírica.

Su porfía perfeccionista en la forma, el ahínco por optimizar la utilización de las figuras literarias, la renovación y el enriquecimiento léxico vía neologismos y extranjerismos son notabilísimos en sus mágicas líneas.

Canción de Carnaval
(Del mismo libro antes citado. Pág. 47)
(…)
“Para volar más ligera,
Ponte dos hojas de rosa,
Como hace tu compañera
La mariposa
Y que en u boca risueña
Que se une al alegre coro,
Deje la abeja porteña
Su miel de oro.”


Exhibo aquí una perlita anecdótica imperdible para los fanáticos de la rubendariomanía.
Se casó con Rosario Murillo un 8 de marzo de 1893, aunque el romance data de 1882. Aparentemente el matrimonio fue algo forzado para él. Se rumorea que en 1886 ella le puso una linda cornamenta (según la cronología del mismo libro de donde extraje las citas poéticas). Pese a eso, tuvo un hijo con ella: Darío Darío, primogénito que pronto murió, sin escapar al mismo año de su nacimiento (1893). En un octubre parisino de 1907 nace otro hijo de Rubén Darío, pero esta vez cambió de vientre, de madre, la cual era Francisca Sáncez. Tiempo después, el poeta retorna a Nicaragua, y el Congreso, en su auxilio ,solidariamente, crea la “LEY DARÍO”, encargada de facilitar su divorcio con Rosario Murillo. Pero no se lleva a cabo el tan ansiado y publicitado divorcio, para tristeza del Congreso. Luego, en 1915, Rosario viaja a su encuentro y regresan a Nicaragua. Y aquí viene lo picante, la carnecita. Un año después del glorioso viaje, antes de morir, el 31 de enero declara en su testamento heredero universal a su hijo Rubén Darío Sánchez (o sea el hijo tenido con Francisca Sánchez). ¿Cómo es de extraña la vida, no?

No ahondo más. No soy un serísimo juez para juzgar.

Este artículo es una conato amical para invitarte, estimado lector, a leer a Rubén Darío.
-Y si ya lo leí –quizá digas.
Respondo.
-Reléelo.

Su influencia genuina, vanguardista, arquetípica y colosal, llena y rebasa el translúcido cáliz contenedor de la literatura de su época. Las venideras generaciones bebieron y beberán también de su omnisapiente influencia. Una influencia desde un “primer vistazo” distinta y encauzadora.

Recuerdo el día abrileño cuando di ese primer vistazo. Yo estudiaba secundaria. En las clases de literatura, Baudelaire, Camus y Sartre tenían adustos rostros de hielo, de incansables estudiosos. Rubén Darío, en cambio, lucía un bigotillo y sombrero pintorescos. Era la foto más campechana del libro. Inmediatamente se principió en el aula una identificación a favor del poeta. Nos parecía macanudo. Un compañero,tan emocionado y fanático, no encontró mejor recurso de manifestar su respeto y estupefacción que comprarse un sombrero tipo Rubén Darío, con el cual venía a todos los sabatinos talleres de oratoria de nuestra escuela bolognesiana. Otro, más entusiasta, e imberbe, se propuso emular algún día los bigotes rubendarianos. Hoy, pasados 7 años, sigue lampiño, y, para su mala suerte, lejos de imitar los ansiados bigotes.

La sutil contundencia verbal, la inagotada inspiración olímpica, el refinado balance del ritmo versal y la jovialidad lectural selladas en la obra del vate nicaragüense, lo coronaron como indiscutible alarife de la poesía (músico de los verbos, adjetivos, sustantivos, adverbios…) que las literaturas hispánica y universal urgían añadir en sus filas y en sus anales.

Como palomas
(Del mismo libro. Pág 302)

(…)
“Cuando anda, riega lirios; y cuando mira, estrellas.
¡Quién su sonrisa viera para morir después!...
¡Quién fuera un bello príncipe para seguir luego sus huellas!...
¡Quién fuera un dios amante para besar sus pies!...
Un pájao está triste por ella en la montaña,
Porque sintió el perfume de la fragante flor.
La vio el cielo una noche magnífica y extraña
Y un astro está por ella muriendo de amor. ”

Canción de otoño a la entrada del invierno
(Del mismo libro. Pág 353)

(...)
“ Como la amistad es abrigo
en la lucha de nuesto ser,
aún se gustar pan de esu trigo.
En su campo me fui a pacer
y a ser el “asno” del amigo…
¡Ya tengo miedo d querer!

Quise amar a un ángel sagrado
Y quise amar a Lucifer,
Por los dos fui traicionado;
Ninguno en mi alma pudo ver
Lo que hay de puro o condenado…
¡Ya tengo miedo de querer!”


Su afincado talento precoz, luego maduro vanguardismo, vislumbró y vislumbrará al buen lector, y yo, en mis recientes 4 años de lector diario, le dedico mi admiración vitalicia y este tacneño artículo al maestro Darío, que donde sea que esté debe disfrutar el seguir hilvanando versos de pegasos y cisnes.


PUBLICADO EN EL BOLETÍN DEL INC-TACNA

SIGNIFICADO DEL PERÚ DE HOY



El origen de la palabra Perú tiene tres conocidas vertientes:


1) “En 1522, nueve años después del hallazgo español del Mar del Sur u océano Pacífico, Don Pascual de Andagoya, hombre de nobles sentimientos nombrado por Pedrarias protector de los indios del istmo de Darién, atraído por los relatos que, desde tiempo atrás, se repetían en su vera, acerca de fabulosas riquezas en la costa meridional, salió rumbo a ella y llegó hasta muy cerca del golfo de San Miguel, sentando planta en el país del Birú o Pirú, donde se hallaban atesoradas las riquezas del cacique que Comadre hablara a Balboa.”, y “…Andagoya descubrió el río Birú y el país del mismo nombre, si bien, dentro de los límites geográficos posteriores, tal honor incumbió a Pizarro, en el año 1527”. (Luis Alberto Sánchez, “Historia General de América”, tomo 1, pág.195 )


De allí que antes de definirse plenamente el vocablo Perú pasó por variantes como Birú, Berú o Pirú. Este proceso formativo fue decidido por los españoles, quienes dieron tal denominación a esta tierra situada entre Ecuador y Chile. Ya se tenía la idea y avidez de ir a esta zona llena de oro y otros minerales que hicieron vibrar el ánimo ambicioso de coger los tesoros de dicha cultura que era una de las más grandes y desarrolladas del nuevo continente.


2) Otra variante es Virú (por la cultura Virú), que es el “valle de la cordillera Occidental de los Andes, en Perú (prov. De Trujillo), entre 500 A.C. y 350 D.C. Se desarrolló en él una cultura preincaica que se caracteriza sobre todo por su cerámica…”. (OCÉANO UNO, Diccionario Enciclopédico Ilustrado, edición 1990. )


3) En http://www.educar.org/ hallamos que “Perú deriva de una palabra quechua que significa abundancia, recordando la opulencia de las épocas del imperio incaico”.


Cristalizado el origen, etimología y cambios, arribamos a nuestra patria, a nuestro Perú. Y ya que rebuscamos en la historia, en el pasado, cabe preguntarnos qué significa hoy el Perú. “Hay golpes en la vida, tan fuertes…yo no sé”, diríamos como Vallejo ante sutil interrogante, mismo golpe, y muchos parafrasearíamos ello con cierta vacilación, quizá cavilando hasta el amanecer y perdiéndonos con la hiel de no hallar respuesta satisfactoria. Algunos se golpean cuando la selección de fútbol anota un gol, otros consumen cantidades industriales de ají, cebiche y pisco, empalagados por un falso amor a la patria, y aquellos se la pasan entre dimes y diretes contagiándose xenofobia o un conformismo ruin y deplorable. Pero la duda sigue ahí, impertérrita, sonriente, indomable. No hay, en este caso, una respuesta cien por ciento válida, nacional y dialécticamente hablando; pero, desde luego, se vislumbran alternativas gratas y que nos desembrollan esta añeja inquietud.


Diríamos que el Perú es un país como pocos en el mundo, sui géneris: es milenario por su Cuzco, por su Tahuantinsuyo; es multimillonario en riqueza natural, flora y fauna sin parangón; es la cuna de la mejor y más variada comida del mundo; es una jardín paradisíaco porque la belleza de sus mujeres, florcillas de vesta rojiblanca, nos da los primeros puestos en los Miss Mundo; es una mezcolanza de lenguas, de razas, cultural, demográfica, geográfica, etc.; con todo lo mencionado, y más aún, que en honor a la brevedad de este papel omitiremos, el Perú es como un inefable y gallardo joven, un hidalgo joven, quien aún sigue consolidando su identidad, lenta, de modo progresivo. También por ahí alguien dijo: “Dios es peruano”, ese libro fue escrito por Daniel Titinger. Buen libro, eh.

La peruanidad es un estado psico-físico. Principia en la mente, en tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz de haber nacido en esta hermosa tierra del sol, pasando por somos libres, seámoslo siempre, y perennizándose en el corazón nos extasía, palpitando, retumbando, relampagueando. Y esa chispa que nos induce a la autocrítica, muy sanamente, nos lleva a dilucidar nuestra situación actual. Todos. Desde el niño que tiene un gorrito gracioso hasta el ancianito que horas y horas mira el orbe desde su techo, su mundo; del lustrabotas o limpialunas hasta el presidente; la peruanidad es una simiente que nos es dada desde el nacimiento, desde el primer vistazo de luz que deslumbra los ojos. Y de uno mismo depende el cultivar, regar y revalorizar esta semillita peruana. Leyendo y estudiando nuestra historia, compartiendo lo poco que sepamos sobre el país, enseñando y aprendiendo que nuestras diferencias, que son bastantes, no nos hacen perros y gatos, puesto que podemos unirnos, ser un organismo que deje de padecer dolencias. Vale oro, vale un Perú.

“Y así, señores gobernantes y políticos del presente y del futuro, cada vez que se quiere poner en marcha una acción política, se puede escoger un modelo u otro, pero siempre hay que tomarle medidas a la realidad”. (Alfredo Bryce Echenique, “A Trancas y Barrancas”, pág. 133.)

¿Cómo reforzar la peruanidad? Considerando que cada región, cada departamento, clase social, sector, etc., tiene características, problemas y soluciones particulares; atendiéndolos y comprendiéndolos, tanto el gobierno, la población y los medios de comunicación, seremos poco a poco una sólida familia nacional.

AL CUENTISTA PERUANO MÁS ENTRAÑABLE




Termino de leer la última página de un libro y cojo un cigarrillo. Luego escribo un poco. Mientras lo hago, veo el humo salir de mi boca. Y no puedo evitar que de mi pensamiento se adueñe don Julio Ramón Ribeyro. Lo conocí gracias a sus cuentos y fotos. Los profesores solían mencionarlo mucho en clases. Él era un limeño pálido de cuya mano jamás parecían extinguirse los cigarros, así como su fecunda producción literaria.

Considerado como el mejor cuentista peruano, viajó por media Europa, y aún en esas latitudes continúo reflejándose en sus libros el alma peruana, los héroes y antihéroes urbanos, como sus alrededores y temáticas y reflexiones, las cuales barnizaron con precisión las frustraciones y soledades de una clase media que ansía la superación en todos sus aspectos.



La Palabra del Mudo, a la vez que antología de sus cuentos y voz de los que callan sus sufrimientos y ensoñaciones, es peruana por donde se la vea. Entre sus cuentos más célebres tenemos "Los gallinazos sin plumas" y "Silvio en el rosedal". En la palabra del mudo se repite el eterno retorno de la vida y sus sentires. Por ejemplo, en el relato “Tristes querellas en la vieja quinta”, uno de mis favoritos, don Memo y doña Pancha tienen una guerra de insultos puerta a puerta que amenazaba con volverse más larga que la muralla china. E impredeciblemente, llegan a apreciarse el uno al otro. Cuando ella muere, él hereda su loro. Y desde entonces la vuelve a insultar, pero por haberse ido. Por dejarlo solo. Esos saltos del odio al amor, salpicados de risibles, sucesos son lo que conmueve al lector. Tiene varios cuentos con los que uno puede deleitarse todas las tardes o momentos en que lea.



Por otro lado, sus novelas tienen un mérito que es válido mencionar. Si leen “Crónica de San Gabriel” verán cómo un extranjero se interrelaciona con una armoniosa e inarmoniosa convivencia –ambivalencia existencial- dada en un rinconcito de la sierra. Priman la ternura, lo impredecible y lo salvaje en sus líneas. En “Los Geniecillos Dominicales”, novela picaresca de refinado humor, cuenta cómo Ludo y otros personajes se internan desenfrenadamente en la selva de la vida. Se mezclan el alcohol, la lujuria, la amistad, el dolor, el hampa, los desengaños y otros ingredientes para darnos una exquisita novela.



En ambas novelas se manifiesta esa infinita lucha por la vida, por vencer esos avatares incontrolables, por la consolidación de amores y amistades un tanto dudosas, que todos experimentamos. Unas veces creemos conocerlo todo, y luego nos damos con sorpresas que nos dejan con las patas para arriba. Esos jueguitos situacionales son un manjar muy bien amasado por RIBEYRO. Te atrapa en la estructuración de sus hechos, detalles y explicaciones.


Hay un inevitable contraste, real, verificable, entre la realidad narrada por Ribeyro y la realidad nacional. Por eso, ya culminando este artículo, le dedico a don Julio este cigarrillo entre mis dedos y el placer con el que yo he de fumarlo.
(publicado en el Boletín del INC-TACNA)